martes, 12 de julio de 2011

el misterio del principito

Este es mi segundo comentario destinado a desvelar al lector el contenido de lo que está leyendo. No quiero decir con eso que vaya a contar el final de la película ni que desaconseje la lectura completa de la obra, como hice con el Quijote. Si bien los comentarios existentes de El Quijote suelen ser de gran calidad, acerca de El Principito se han escrito verdaderos infundios, se han hecho series de dibujos animados, anuncios de corporaciones financieras y todo tipo de material espúreo. Aunque la mayor parte de este material produce náusea, se salvan de la crítica algunas manifestaciones, como esa joya del cómic que debemos al dibujante italiano, Hugo Pratt, creador de Corto Maltés.2

El Principito, que quede claro, hay que leerlo; todo el mundo “debe” leerlo. En primer lugar, porque es corto y senu contrario este era uno de los argumentos que eximían a las personas normales de leer El Quijote. En segundo lugar y sobre todo, porque es agradable y de esto trataré más adelante. En tercer lugar, porque después de leer este comentario, usted tiene la clave para comprender la obra mejor que otros profanos. Veamos primero algunos antecedentes importantes.

La calle donde nació Antoine de Saint-Exupéry, en Lyon, en 1900, lleva su nombre. También se ha bautizado con el nombre de este escritor el asteroide #2578 del cinturón situado entre Marte y Júpiter. En Francia, se le venera, además de por sus méritos literarios, por ostentar la categoría de héroe de guerra. Este dato es importante, junto con el hecho de que recibió una educación católica en Suiza, estudió Bellas Artes y fue muy amigo del abad de su pueblo. También sabemos que conoció a Hemingway y a Leon Werth, a quien dedica Le petit prince, escrito en 1943. Según apunta Le Gall, esta dedicatoria no es una mera casualidad: “A Leon Werth cuando era un niño”. En la época de la ocupación alemana y el régimen colaboracionista, los niños, especialmente los judíos, padecían más que nadie las absurdas convenciones de los adultos, como el principito en su viaje interplanetario. Con su noble voluntad de ayudar al prójimo, se enfrenta a la explotación, al desprecio, al mal trato e incluso a la ejecución sumaria, pero encuentra en la cálida mano del aviador, del mismo modo que, en su libro, la tiende el autor a los niños, en general y, en especial, a los de su época.

Antoine se ganó el sustento como aviador comercial, pero en la II Guerra Mundial tuvo que prestar servicio como piloto de guerra y, en 1944, el deber le reclamó la vida. Su última novela, Ciudadela, se publicó ya en 1948. Los restos de su avión fueron localizados en 2000 y rescatados en 2003. “Sain-Ex” (es el título de la película, protagonizada por Bernard Giraudoux) hizo otras cosas, como inventar el goniógrafo3 o trabajar para el mundo del cine, pero tengo la impresión de que si no fuese por su carrera literaria, la calle Antoine de Saint-Exupéry llevaría hoy el nombre de otro héroe de guerra.4

Después de la Guerra y de forma creciente, El Principito fue obteniendo un éxito más que merecido. A partir de entonces y hasta hoy, la literatura infantil desterró el formato estético de los libros de aventuras y los fascinantes grabados del tipo “Libro de la selva” o “Mago de Oz”, que nutrieron la imaginación infantil de Antoine, fueron radicalmente sustituidos por acuarelas tipo parvulario. Hoy toda la literatura infantil está íntimamente ligada al dibujo naïf y con ello se pretende seguir un presunto cambio de tendencia estética. Pero esto es un grave error, El Principito es una obra única, que sí mantiene un equilibrio básico entre lo dibujado y lo escrito. De todos modos, la cuestión estética no es la que más me preocupa, sino el contenido.

La inmensa mayoría de los análisis que se han publicado acerca del contenido de El Principito adolecen de una curiosidad morbosa por la vida privada del autor, una defensa de los propios valores de quien escribe cada comentario y/o una exaltación desmesurada de la capacidad de meditación filosófica del autor o el misterio de la obra. A mi entender, los comentaristas se desentienden con frecuencia de la verdadera circunstancia que impulsó al autor a ejecutar su obra y cuál era la idea exacta que pretendía transmitir. Para mí no es ningún misterio dicho mensaje; como veremos a continuación, todo está bastante claro, es genuino, fresco, incorruptible... y eso es lo que califica a una obra como genial. Voy a desmantelar primero algunas de las hipótesis más llamativas que circulan en los medios literarios y luego compendiaré el significado verdadero de la obra.

Para muchos, El Principito es una obra poética escrita en prosa. Desde luego, el aspecto estético era considerado primordial para el autor. La belleza de la obra tal vez se pueda considerar poética. Según Juan Arias (2002), el poeta es el que sabe expresar el sentido oculto de las cosas, pero no es ese el caso de este pequeño libro; su mérito es saber contar una experiencia y expresar lo que se sintió al vivirla. El problema es que, debido en gran parte a determinados comentarios del libro, el sentido de lo que en él se expresa permanece oculto a la mayoría.
Como ocurre con todos los libros importantes, siempre hay quien defiende que la obra encierra un significado oculto que aún no nos ha sido desvelado. La interpretación que yo voy a exponer aquí es algo que me resulta evidente de la lectura del libro, pero ¿es posible que Saint-Exupéry disimulase intencionadamente lo que nos quería decir? Tal vez sí, porque la presión religiosa en su entorno estaba bastante presente.
La obra en cuestión sería una defensa sobreentendida de los valores cristianos. Esta es una de las patrañas que circulan por Internet y otros medios. Aparentemente, lo único que justificaría este punto de vista es la educación católica del autor y su amistad con el clero. Lo más religioso que se puede encontrar en el libro es una vaga referencia a las almas, si aceptamos que éstas se puedan identificar con las estrellas. Este recurso, por cierto, nunca ha sido utilizado por la teología ni la tradición cristiana. También existe una mención favorable de la liturgia, cuando pone de manifiesto el buen recuerdo de una misa, pero se hace desde una perspectiva costumbrista, no religiosa. Es muy importante tener presente que la narración no discurre por terrenos sobrenaturales, sino por el cosmos y por los sentimientos humanos; que no venga el idealismo de nuevo a querer retratarse con el Principito.
Se trata de un relato que esconde un tratado filosófico acerca de la importancia de las cosas. A mi entender, no es para tanto. Su filosofía, si es que puede definirse, es una visión vitalista del mundo. Poco filósofos consagrados sostendrían esta apuesta por lo infantil como medida de sabiduría, salvo tal vez Nietzsche. Recordemos que el vitalismo de Friederich Nietzsche es ante todo un argumento anti-cristiano. También nos puede recordar a Sartre y su náusea, pero sobre todo a la injustamente olvidada afición del sabio Jean Paul por los movimientos populares, los problemas sociales y el activismo. En El Principito, sin que llegue a existir un planteamiento político, se ejerce una crítica social, mediante el artificio de “los mayores”.
Es una obra para niños y jóvenes cuyo principal logro es de tipo didáctico. Aunque la obra contiene algunas enseñanzas morales y algunas preguntas magistralmente formuladas, su objetivo principal no es instruir, sino comunicar un sentimiento. Al mismo tiempo y tal vez sin que el autor tuviese tamaña pretensión, el libro nos enseña, en el fondo, cómo hay que escribir y sobre qué temas hay que tratar; sobre las cosas importantes.
En definitiva, ¿cuál es el mensaje? Si hacemos un repaso del texto, el aviador, que es al mismo tiempo narrador y protagonista, no es otro que Antoine de Saint-Exupéry. La historia (no la narración) comienza cuando tiene una avería de motor en medio del desierto. En mi opinión, este episodio ocurrió de verdad, seis años antes de que se escribiese la obra, a despecho de quienes aseguran que esta fue la única novela de Antoine que no incluía elementos autobiográficos.5 El protagonista del libro se parece extraordinariamente al propio autor, puesto que es aviador, le habría gustado ser dibujante o pintor6 y sus padres le orientaron hacia una profesión digna. Ambos lamentan cómo los adultos se dedican a entrometerse en los sueños de los niños.

El hecho de que el narrador (y protagonista) hable en primera persona y no dé ningún nombre para sí, indica la elipsis del propio nombre del autor. Sostiene mi hipótesis una pista que deja, tal vez intencionadamente, situando el momento de la narración justo 6 años después del momento en que comienza el percance y la historia de su amistad con El Principito, es decir, seis años después de volver a nacer. Se percata de que, en este planteamiento, ha vuelto a cumplir la edad que entonces deseó tener. Recordando el suceso, empieza a escribir que, en aquél momento, también evocó la época en que tenía seis años y por eso el libro comienza con aquella frase. El narrador asegura que aquello sucedió de verdad. Aunque este indicio es claramente literario, puede constituir una pista de que el relato estuviera basado en la realidad, aunque se nos quisiera presentar como ficción.

En el percance en torno al que gira la historia, ante la probabilidad de una muerte cercana, el aviador no aprovecha ningún momento para conocerse a sí mismo o a su dios o para reconciliarse con su subconsciente, sino que le da rienda suelta a éste, simplemente se desespera y encuentra que su propia naturaleza, su recóndita psicología, termina por solucionarle el problema. Con escasas reservas de agua y en mitad del desierto, se comprende en grave peligro y, en vez de encomendarse a los santos, los profetas, los dioses, los demonios, el yin o el yan, el párroco o el abad, invoca las “historias vividas” en su niñez. Tal es la soledad y el miedo de aquella situación; tal su sensación de desamparo ante la inminencia de la muerte, que su mente le sorprende con una regresión a la infancia: dicho de otro modo, el Principito es el propio autor, quien se ve enfrentado a sí mismo, en la época en que era feliz y un contratiempo de ocho días le habría parecido poco urgente, comparado con asuntos más importantes de su mundo, como las rosas y las puestas de sol. Esta actitud instintiva pudo ser, al cabo de ocho días, lo que salvaría la vida al piloto y, de paso, lo consagró como artista.

Por lo tanto, el Principito, el aviador, el narrador y el autor son una misma persona. El mensaje, lejos de ser un fragmento más del decadente y reiterativo misterio religioso, es una nueva de salvación mediante el análisis infantil de las situaciones criticas, al margen de convencionalismos ceremoniosos, aprendidos a la fuerza, falsos e indicativos de una sociedad demasiado adulta (valga como ejemplo la parábola del astrónomo turco descubridor y su atuendo). Desde su historia, el autor nos recomienda que busquemos la belleza en las acuarelas de paisajes, las estrellas y las rosas. Eso mantuvo con calma y con vida al accidentado durante el tiempo que necesitó; le permitió no desesperar, no entregarse a la fatalidad antes de la hora. Incluso, al final del relato, cuando el Principito muere simbólicamente para volver a su mundo, es evidente que la muerte del niño coincide exactamente con el momento en que el aviador encuentra agua7 y consigue solucionar sus problemas técnicos. Ante esta circunstancia y estos visos de seguridad, vuelve a ser un adulto; el niño muere y la historia se acaba; sólo queda el mal sabor de la experiencia.

En el comienzo de la segunda gran contienda, su huida a Estados Unidos, entonces país neutral, le animó a iniciar una carrera de cineasta; estuvo a salvo e ilusionado durante un tiempo. Pero monsieur Saint-Exupéry no pudo evitar hacerse mayor y, en vuelo de conocimiento, convertirse en un desdichado héroe de guerra.



Notas

De nuevo, mi más sincero agradecimiento por los comentarios y aportaciones de Sylvain Le Gall.
El cómic se llama Saint-Exupéry: el último vuelo y narra los últimos minutos de la vida del escritor al despegar del aeródromo de Borgo antes de estrellarse en el Mediterráneo.
A pesar de ello, Saint-Exupéry era un pésimo aviador y además detestaba los entonces modernos sistemas de navegación.
Como señala Le Gall, aunque no hubiese escrito Le Petit Prince, la crítica literaria le considera ya un escritor reconocido entre los literatos por haber publicado ya esa pequeña joya que es Vol de Nuit (1931). Desde la muerte del autor, los manuales escolares de historia de la literatura, los famosos Lagarde & Michard, alaban los dotes estilísticos del escritor y curiosamente a El Principito apenas lo dedican algunas líneas. Otra obra que parece destacar de la obra de Saint-Ex como escritor es Terre des Hommes (1938).
En el lado contrario, otros creen descubrir en la rosa temperamental del pequeño planeta B612 la viva imagen de la esposa del autor, lo cual añade un atractivo biográfico a ésta, de nombre Consuelo Suncin Sandoval de Gómez, quien también fue una figura relevante en el mundo del arte y la literatura, hasta su muerte en 1979.
La profunda admiración del escritor por su contemporáneo, el ilustrador y escritor de literatura infantil, Jean de Brunoff, el padre de Babar, se confirma con el dibujo de la boa y, en general, con el parecido que tienen sendos estilos de ilustraciones.
Es aceptable una interpretación simbólica del providencial pozo, de cuya agua, el protagonista afirma que sacia la sed de alma. Tal vez, lo que el aviador encontró en realidad fue una forma de arreglar la avería de su avión.

el misterio del principito

Antoine de Saint-Exupéry